El miedo a la incertidumbre es muy común en los humanos. Por este motivo, intentamos controlar lo que nos rodea. Esta conducta refuerza nuestra sensación de seguridad y nos da sensación de poder sobre la incertidumbre, permitiéndonos controlar sentimientos de ansiedad relacionados con esta. Pese a esto, la necesidad de tomar decisiones sin certeza de resultado es un constante, lo que se puede convertir en un problema para muchas personas, que acaban recurriendo al control de forma excesiva y patológica.

La vida se desarrolla de manera impredecible y caótica buena parte del tiempo, así que cambios imprevistos como el desempleo, una enfermedad o el divorcio, son aspectos con los que, gran porcentaje de la población tendrá que lidiar en algún momento de su vida. Por otro lado, las emociones que sentimos tampoco son controlables, toda emoción reprimida se convertirá en una presión que de alguna forma acabará saliendo, mucha presión acumulada saldrá en forma de síntoma psicológico o físico. Esto no quiere decir que no podamos gestionar nuestras emociones, pero entre el descontrol caótico y el control rígido emocional hay muchos grises. Las personas controladoras tienden a suprimir, querer cambiar o ignorar sus emociones, por lo que permanecen desconectados de ellos mismos y sus necesidades. Creen que, de esta manera, pueden elegir qué sentir, cómo y cuándo. Las emociones reprimidas acabarán por rebelarse de algún modo, y el gasto energético de controlar constantemente agotará y enfermará a la persona.

Para poder vivir de manera ordenada y apacible usamos el control como una herramienta útil y normal. Este se puede volver un problema cuando lo empezamos a usar en exceso, entonces nos acaba limitando y acaba con nuestra libertad de elección, nuestra espontaneidad y se reducen nuestras posibilidades de exploración y cambio.

Esta necesidad de querer controlar todo, se relaciona con miedos como el miedo al fracaso, la baja autoestima (inseguridad respecto a nuestras capacidades), baja tolerancia a la frustración o miedo a la impredecibilidad (incertidumbre). La sensación de tenerlo todo bajo control puede hacernos creer por momentos que tenemos la solución a todos los problemas y que podemos superar el azar. Sin embargo, todo esto no es más que una ilusión que puede terminar por arrebatarnos la capacidad de resolver los problemas de una manera más creativa y de desarrollar nuevas habilidades emocionales, así como ganar confianza en nuestras propias habilidades de resolución intrínsecas en todos nosotros.

El control excesivo nos lleva a conductas mentales obsesivas como anticipar constantemente las posibilidades, centrándonos muchas veces en aquellas negativas. De esta forma, podemos sentir que si pasa algo malo ya estaremos preparados para afrontarlo, pero realmente es un gasto de energía y esfuerzo que puede acabar por generarnos síntomas relacionados con ansiedad y depresión. Además, el control excesivo, se relaciona también con rasgos de la personalidad perfeccionistas, rigidez y con mucha autoexigencia. Por lo que, el fallo no se contempla como una posibilidad y se evita afrontar situaciones donde no se sabe cuál puede ser el resultado. Este tipo de conductas son las que llamaremos “evitativas”, son aquellas que son fruto de dejarnos llevar por el miedo, sin tener en cuenta otros factores importantes, como nuestros valores, metas o proyectos.

¿Qué podemos hacer para empezar a soltar el control?

-Practicar la flexibilidad: empecemos por lo más pequeño (modificando pequeñas cosas de nuestras rutinas diarias). Por ejemplo, probando nuevos restaurantes, series, libros, hobbies, cosas que salen de nuestro esquema común.

-Aprender de los errores: los errores nos enseñan y no podemos vivir sin estos. Podemos cometer pequeños errores para acostumbrarnos a ellos, ponerle un toque de sentido del humor y de este modo ir habituándonos y entendiendo que forman parte de la vida. De esta forma, iremos tolerando la sensación desagradable de cometer un error e iremos normalizándolo.

-Acostumbrarnos a la incertidumbre: un cambio siempre conlleva cierta incertidumbre, es un intermedio antes de acostumbrarnos a la nueva situación y volver a coger confianza y sensación de seguridad. Podemos practicar improvisando en nuestro día a día y no planificando todo de forma exhaustiva.

-Ser espontáneos: no pensar demasiado en cada pequeña decisión, soltar responsabilidad y dejarnos fluir un poco más. Podemos hacer cosas sin pensar en las consecuencias, siempre que no conlleven un riesgo para mi u otros. Pensar demasiado las cosas nos hace perder espontaneidad.

El cambio empieza por pequeños pasos que podemos ir introduciendo en nuestro día a día y que poco a poco irán marcando la diferencia.