Sandra tiene 31 años, aún vive con sus padres y su hermano menor. Trabaja de dependienta en unos grandes almacenes. De siempre, se recuerda como una persona sensible y algo temerosa, aunque nunca antes había consultado con un profesional de la salud mental, salvo el psicólogo del colegio. Tiene una relación sentimental estable desde hace 3 años.
Hace un mes, estando en la cocina de su casa y sin que le estuviera preocupando nada en concreto, tuvo un episodio crítico en el que, de repente, le faltaba el aire, el corazón le palpitaba a toda velocidad, y le asaltó la sensación de que se iba a morir, lo que le vino a durar unos 15 minutos. Acudió por ello a urgencias del hospital, gracias a la ayuda de su hermano, donde le hicieron un electrocardiograma que no mostró alteraciones, escucharon su historia, le pusieron un ansiolítico sublingual, y calificaron lo que le había pasado de “crisis de pánico”.
Desde entonces, reconoce que evita salir a sitios donde se siente desprotegida, por miedo a que le vuelva a dar un ataque como el que tuvo el otro día. Se siente agobiada y preocupada, con temor a que algo pueda pasar en su vida, y que no lo pueda controlar adecuadamente. No puede quitarse de la cabeza las sensaciones desagradables que tuvo hace un mes. Por ello acudió a la consulta de un psiquiatra, quien le pautó una medicación a la que ha respondido muy bien: no ha vuelto a tener crisis de pánico, y ha ido recuperando su funcionamiento previo a la crisis, disminuyendo los miedos y las evitaciones secundarias al temor de que se volviera a repetir. Hace pocos días su psiquiatra le ha retirado finalmente la medicación que había estado tomando durante los últimos meses.
Aunque la ansiedad es un mecanismo fisiológico inicialmente útil, porque prepara al organismo para enfrentarse a una situación estresante, aumentando así las posibilidades de salir airoso de ella, hay muchas circunstancias en las que esta reacción pierde su utilidad y justificación evolutiva, y no sólo no prepara al organismo, sino que lo bloquea. Pudiendo incluso llegar a lesionarlo, si los síntomas se mantienen durante un tiempo suficiente. En ocasiones, la intensidad de los síntomas puede alcanzar una magnitud que puede ser difícil de soportar.
Aunque la ansiedad puede acompañar a múltiples patologías, físicas o mentales, siendo en estos casos una reacción secundaria, en otras ocasiones constituye el núcleo del problema. La limitación funcional de estos cuadros es muy variable, desde muy leve, hasta trastornos con una afectación vital prácticamente absoluta. Los tratamientos existentes para estas patologías, que incluyen los psicofármacos y determinados abordajes psicoterapéuticos, tienen en general un alto grado de eficacia.